Retomo el manuscrito de mis días en la clínica, que sigue siendo un recorrido a lo largo de los años de mi existencia.
“Vivir una experiencia como el ingreso de mi padre debido a una operación en la cabeza marcó muchos aspectos del desarrollo de mi personalidad.
Como consecuencia de la larga permanencia de mi progenitor en el hospital, comía siempre en soledad, pasaba muchas horas en soledad, circunstancias estas que me convirtieron en una persona solitaria, independiente. Alguien calificado como raro porque el ambiente familiar en aquel momento sólo dejaba espacio para centrar la atención en mi padre.
Esta personalidad ha sido muchas veces cuestionada por mis amistades, debido a que no solía contar aspectos de mi vida y porque sólo lo hacía y lo sigo haciendo en las personas en que confiaba y confío.
Sé que parte de mis propios amigos no han entendido mi conducta extremadamente celosa con mi intimidad, algo así como material “top secret”. Sé que con ese carácter he estado y estoy nadando a contracorriente por no ser o hacer lo mismo que los demás.
Por eso, pienso que soy el bicho raro del grupo, pero no sólo con mis amistades, sino que también me siento la oveja negra de cualquier relación social porque a simple vista no sigo los patrones establecidos: no doblegarme a los caprichos de los demás.
Entre toda esta gente, existe una persona que ha sabido aceptar, adaptarse y respetar siempre mi forma de ser.
Tras la operación de mi padre, la vida familiar se vio en la obligación de reestructurar sus pilares, teniendo que cambiar de localidad de residencia con los consiguientes transformaciones que ello conllevó: una nueva localidad, un piso en vez de una casa con un lugar de recreo y esparcimiento, la lejanía de mi grupo de iguales.
Ahí empezaba una nueva parte del inicio de mi soldada, donde aprendí a tragarme todo mi sufrimiento, quizás ha sido un mal autoaprendizaje de resolución de problemas. Tendría que haber pedido ayuda para solucionar mis sentimientos en vez de esconderlos en mi interior porque eso sólo llevo a que los demás pensarán que podía resolverlo todo.
Con trece años y dadas las circunstancias anteriores, me encerré en mi burbuja (la música, mis propios pensamientos, mis largas conversaciones con mi propio ser de interlocutor, plasmar mis sensaciones en un papel, etc.)
A pesar de cambiar de localidad de residencia, proseguí mis estudios en el mismo centro de mi antiguo domicilio donde estaban todas mis amistades, aún así tuve que entablar nuevas relaciones al no estar en la misma clase, si bien, al finalizar la jornada escolar, regresaba al mediodía a mi casa teniendo que comer también en soledad y como únicos entretenimientos los deberes, la música y el frío abrazo de la soledad, porque mis amigos vivían en otro sitio.
Por desgracia, ni me quedaba el consuelo de sentir la aspereza de un balón entre las manos jugando horas y horas con el eco de los rebotes del tablero”.
Como consecuencia de la larga permanencia de mi progenitor en el hospital, comía siempre en soledad, pasaba muchas horas en soledad, circunstancias estas que me convirtieron en una persona solitaria, independiente. Alguien calificado como raro porque el ambiente familiar en aquel momento sólo dejaba espacio para centrar la atención en mi padre.
Esta personalidad ha sido muchas veces cuestionada por mis amistades, debido a que no solía contar aspectos de mi vida y porque sólo lo hacía y lo sigo haciendo en las personas en que confiaba y confío.
Sé que parte de mis propios amigos no han entendido mi conducta extremadamente celosa con mi intimidad, algo así como material “top secret”. Sé que con ese carácter he estado y estoy nadando a contracorriente por no ser o hacer lo mismo que los demás.
Por eso, pienso que soy el bicho raro del grupo, pero no sólo con mis amistades, sino que también me siento la oveja negra de cualquier relación social porque a simple vista no sigo los patrones establecidos: no doblegarme a los caprichos de los demás.
Entre toda esta gente, existe una persona que ha sabido aceptar, adaptarse y respetar siempre mi forma de ser.
Tras la operación de mi padre, la vida familiar se vio en la obligación de reestructurar sus pilares, teniendo que cambiar de localidad de residencia con los consiguientes transformaciones que ello conllevó: una nueva localidad, un piso en vez de una casa con un lugar de recreo y esparcimiento, la lejanía de mi grupo de iguales.
Ahí empezaba una nueva parte del inicio de mi soldada, donde aprendí a tragarme todo mi sufrimiento, quizás ha sido un mal autoaprendizaje de resolución de problemas. Tendría que haber pedido ayuda para solucionar mis sentimientos en vez de esconderlos en mi interior porque eso sólo llevo a que los demás pensarán que podía resolverlo todo.
Con trece años y dadas las circunstancias anteriores, me encerré en mi burbuja (la música, mis propios pensamientos, mis largas conversaciones con mi propio ser de interlocutor, plasmar mis sensaciones en un papel, etc.)
A pesar de cambiar de localidad de residencia, proseguí mis estudios en el mismo centro de mi antiguo domicilio donde estaban todas mis amistades, aún así tuve que entablar nuevas relaciones al no estar en la misma clase, si bien, al finalizar la jornada escolar, regresaba al mediodía a mi casa teniendo que comer también en soledad y como únicos entretenimientos los deberes, la música y el frío abrazo de la soledad, porque mis amigos vivían en otro sitio.
Por desgracia, ni me quedaba el consuelo de sentir la aspereza de un balón entre las manos jugando horas y horas con el eco de los rebotes del tablero”.
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