MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


domingo, 16 de septiembre de 2007

Capítulo II de mi “libreta-diario”

A medida que iban pasando los días dentro de la clínica, alcanzaba un poquito más de profundidad en el conocimiento de mi persona, lo que me llevó a ir revisando cajón tras cajón del armario que se ha ido formando con todas mis experiencias en la vida.

Este es un segundo extracto textual de lo que escribí tras aquellas horribles puertas:

... Durante toda mi vida, he intentado resolver mis propios problemas, fracasos o disgustos por mí mismo (patrón de Juan Palomo: Yo me lo guiso, yo me lo como) con mayor o menor éxito sin recurrir a ayudas externas porque para mí eso significa UN FRACASO, UNA MUESTRA DE DEBILIDAD y porque, para mi nivel de autoexigencia, eso significa un FRACASO COMO PERSONA.

Pienso que pedir ayuda en cuestiones personales (privadas) en el marco de las relaciones interpersonales supone un RIESGO (que soy capaz de asumir hasta cierto punto) porque si cometes el error de depositar tu confianza en la/s persona/s equivocada/s, esa/s persona/s pueden jugar con ESAS DEBILIDADES, CON ESAS CARTAS, SEGÚN SUS INTERESES Y LLEGAR A HUMILLARTE COMO SER HUMANO (en ocasiones conscientemente y otras veces no) pero no se dan cuenta del daño que sus acciones provocan. Tú puedes contarle a un amigo un problema puntual, pero, con la seguridad y confianza, de que eso quedará entre los dos y no trascenderá al resto (SER COMO UNA TUMBA), pero ha habido personas, cuya confianza se ha perdido por no saber donde están los límites y no respetar a su igual.

NO ME GUSTA PEDIR AYUDA (a nivel personal), pero no tengo ningún inconveniente en solicitarla a nivel profesional o para gestiones comunes a las que no encuentro salido o ignoro (antes fui cocinero que fraile). Ello no me provoca inseguridad, ni frustración, ni vergüenza, porque ignoro de que se trata, no lo he hecho nunca y si siento temor a no saber resolverlo del modo más correcto, quiero contar con los elementos suficientes para hacerlo de la mejor forma.

Creo que eso forma parte de mi personalidad: hiperresponsabilidad, perfección.

Como ya he mencionado antes en el terreno profesional, no temo preguntar porque si desconozco algo que jamás he hecho o visto, busco las soluciones y los recursos para solventar la situación que ha surgido (motivado, en ocasiones, por la falta de experiencia, que te lleva a dos caminos: seguir en la ignorancia o preguntar). Por eso, pregunto a otros compañeros con más experiencia o consultando otras fuentes, porque ese ridículo, timidez, miedo que siento en el terreno personal, desaparece por completo en otros ámbitos al no importarme hacer las preguntas necesarias por varias razones, partiendo siempre de la humildad:

- La necesidad imperiosa de aprender y no estancarme en una mecánica que no contribuye a nada y también para adquirir mis propios recursos para situaciones futuras y saber dar la respuesta adecuada a cada demanda.

- No me conformo con lo que tengo. Uno de mis lemas es RENOVARSE O MORIR, porque sino no estás ayudando a nadie, ni siquiera a ti mismo.

- Poder ayudar a quien vive una situación angustiosa, ya que eso forma parte de mi trabajo.

Al margen de las posibles palmaditas que en ocasiones deberías recibir con un extra más de motivación por parte de tus jefes, también hay que ser consciente de que no existe mejor recompensa que ver una demanda satisfecha...

...Ha habido episodios sórdidos en mi pasado que he vivido en silencio y soledad como consecuencia de seguir mi patrón de tragarme mis propias “mierdas”, así como también por haber sido siempre el monito de feria a exhibir en mi hogar: un modelo de persona que como tal todos daban, por supuesto, que no tenía problemas, que no sufría, que no había vivido trágicos momentos, algo totalmente incorrecto.

Era y soy aún un modelo de comportamiento por aquello de no salir por las noches, no beber, por mi saber estar, por mis logros educativos, extremos que a alguna persona le hacen sentir bien socialmente, pero en contraposición a todo ello siempre ha habido una tendencia a compararme con otras personas (modo de vestir, de ser) como pretendiendo tener un objeto social que exhibir y no un ser humano con sus virtudes y defectos.

Para mí, cada uno de esos comentarios en ese sentido me ha dejado un gran sentimiento de frustración por no cumplir las expectativas externas. Esos comentarios escuecen especialmente cuando me he esforzado por lograr lo que esperaban, dando lo mejor de mí, por no causar problemas, por no provocar desestabilizaciones y, a pesar de lograr parte de esas grandes expectativas externas, hubiera siempre que hacer más y nada de lo que he obtenido sirviera. Sentir que las últimas palabras que escuchas siempre son” PODRÍAS SER COMO ESTA PERSONA”, y eso j*** mucho, me hace jirones el alma.

Duele escuchar que tu ****** tiene otro carácter y que recibe un afecto que es diferente al tuyo.

Es duro esforzarte por cumplir unas expectativas externas en la creencia de que así lograrás el afecto que ves recibir a otro. Duele y duele porque así lo percibo. Sin embargo, he aprendido con tanta caída que el cariño no se compra…”

Amargas palabras que creo han dejado tan enorme poso en mi interior, que han marcado el devenir de todos estos años. Amargas palabras que han provocado momentos de desasosiego en el camino que he seguido.

Pueden parecer ideas infantiles, pero no dejan de reflejar una realidad que he vivido y que se han depositado como losas sobre mi mente, hasta el punto de imprimir rasgos de mi personalidad.

Ese tipo de comentarios, de comparaciones deben evitarse en la mayoría de lo posible por las consecuencias que ello pueda traer en el futuro a la salud mental de las personas, y sino sirva como muestra un botón: mi propia enfermedad.

"… Sometimos you know you push me so hard… I don’t know how I feel… you almost make me doubt I feel at all... It’s not as though I always listen... but there’s just so much I don’t hear... maybe I’ll never be what you want... I know that all you’re asking for is a little place in my heart.... but it don’t find it easy to give... maybe I get a little selfish sometimes... Why shouldn’t I?... And who am I to tell you that I would never let you down.. that no-one else could love you half as much as I do now... And who am I to tell you I’ll always catch you when you fall... Well... I, I wouldn’t be myself at all..." ("Who am I" de Will Young)

2 comentarios:

Dolly dijo...

Cuesta mucho leer esto y saber que no he estado a tu lado, que ni siquiera sabía lo que estaba pasando. Es cierto que a veces cuesta confiar, cuesta creer que te van a entender, que alguien tiene por qué aguantarte. Pero para eso están los amigos. La distancia hace que haya que recurrir a aparatejos para hablar, pero no dudes que siempre habrá alguien al otro lado, no tienes por qué ser cortés ni educada, puedes chillar, llorar y echarlo todo fuera para volver a empezar. PEro no sola, esa es la peor sensación y tú no te la mereces. Afortunadamente tienes "tu otro lado de la cama", pero no solo. No lo olvides nunca
Te quiero mucho billejo

Alex Sual dijo...

Gracias por tus palabras. Sé que siempre has estado ahí y siempre lo estarás. Ya sabes: "VAYA DONDE VAYAS, ALLÍ ESTARÉ" porque tú también lo estarás....