MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


domingo, 23 de septiembre de 2007

Capítulo IV de mi “libreta-diario”

Retomo el manuscrito de mis días en la clínica, que sigue siendo un recorrido a lo largo de los años de mi existencia.

“Vivir una experiencia como el ingreso de mi padre debido a una operación en la cabeza marcó muchos aspectos del desarrollo de mi personalidad.

Como consecuencia de la larga permanencia de mi progenitor en el hospital, comía siempre en soledad, pasaba muchas horas en soledad, circunstancias estas que me convirtieron en una persona solitaria, independiente. Alguien calificado como raro porque el ambiente familiar en aquel momento sólo dejaba espacio para centrar la atención en mi padre.

Esta personalidad ha sido muchas veces cuestionada por mis amistades, debido a que no solía contar aspectos de mi vida y porque sólo lo hacía y lo sigo haciendo en las personas en que confiaba y confío.

Sé que parte de mis propios amigos no han entendido mi conducta extremadamente celosa con mi intimidad, algo así como material “top secret”. Sé que con ese carácter he estado y estoy nadando a contracorriente por no ser o hacer lo mismo que los demás.

Por eso, pienso que soy el bicho raro del grupo, pero no sólo con mis amistades, sino que también me siento la oveja negra de cualquier relación social porque a simple vista no sigo los patrones establecidos: no doblegarme a los caprichos de los demás.

Entre toda esta gente, existe una persona que ha sabido aceptar, adaptarse y respetar siempre mi forma de ser.

Tras la operación de mi padre, la vida familiar se vio en la obligación de reestructurar sus pilares, teniendo que cambiar de localidad de residencia con los consiguientes transformaciones que ello conllevó: una nueva localidad, un piso en vez de una casa con un lugar de recreo y esparcimiento, la lejanía de mi grupo de iguales.

Ahí empezaba una nueva parte del inicio de mi soldada, donde aprendí a tragarme todo mi sufrimiento, quizás ha sido un mal autoaprendizaje de resolución de problemas. Tendría que haber pedido ayuda para solucionar mis sentimientos en vez de esconderlos en mi interior porque eso sólo llevo a que los demás pensarán que podía resolverlo todo.

Con trece años y dadas las circunstancias anteriores, me encerré en mi burbuja (la música, mis propios pensamientos, mis largas conversaciones con mi propio ser de interlocutor, plasmar mis sensaciones en un papel, etc.)

A pesar de cambiar de localidad de residencia, proseguí mis estudios en el mismo centro de mi antiguo domicilio donde estaban todas mis amistades, aún así tuve que entablar nuevas relaciones al no estar en la misma clase, si bien, al finalizar la jornada escolar, regresaba al mediodía a mi casa teniendo que comer también en soledad y como únicos entretenimientos los deberes, la música y el frío abrazo de la soledad, porque mis amigos vivían en otro sitio.

Por desgracia, ni me quedaba el consuelo de sentir la aspereza de un balón entre las manos jugando horas y horas con el eco de los rebotes del tablero”.

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