MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


viernes, 31 de agosto de 2007

Una de definiciones médicas

Una vez conocido mi diagnóstico y, a pesar de acribillar a preguntas a "mi psiquiatra" sobre el mismo, las dudas aún me sobrevolaban, por lo que decidí consultar Internet y saber de cerca las definiciones médicas de los términos que se me habían aplicado.

Así, desde una perspectiva profesional:

F32.1. Episodio depresivo moderado

"... En los episodios depresivos típicos, el enfermo que las padece sufre un humor depresivo, una pérdida de la capacidad de interesarse y disfrutar de las cosas, una disminución de la vitalidad que lleva a una reducción de su nivel de actividad y a un cansancio exagerado, que aparece incluso tras un esfuerzo mínimo. También son manifestaciones de los estados depresivos:a) La disminución de la atención y concentración.

b) La pérdida de la confianza en sí mismo y sentimientos de inferioridad.

c) Las ideas de culpa y de ser inútil (incluso en los episodios leves)

d) Una perspectiva sombría del futuro.

e) Los pensamientos y actos suicidas o de autoagresiones.

f) Los trastornos del sueño.

g) La pérdida de apetito.

La depresión del estado de ánimo varía escasamente de un día para otro y no suele responder a cambios ambientales, aunque puede presentar variaciones circadianas características. La presentación clínica puede ser distinta en cada episodio y en cada individuo. Las formas atípicas son particularmen frecuentes en la adolescencia. En algunos casos, la ansiedad, el malestar y la agitación psicomotriz pueden predominar sobre la depresión. La alteración del estado de ánimo puede estar enmascarada por otros síntomas, tales como irritabilidad, consumo excesivo de alcohol, comportamiento histriónico, exacerbación de fobias o síntomas obsesivos preexistentes o por preocupaciones hipocondríacas. Para el diagnóstico de episodio depresivo de cualquiera de los tres niveles de gravedad, habitualmente se requiere una duración de, al menos, dos semanas, aunque períodos más cortos pueden ser aceptados si los síntomas son excepcionalmente graves o de comienzo brusco.

Alguno de los síntomas anteriores puede ser muy destacados y adquirir un significado especial. Los ejemplos más típicos de estos síntomas "somáticos" son: pérdida del interés o de la capacidad de disfrutar de actividades que anteriormente eran placenteras, pérdida de reactividad emocional a acontecimientos y circunstancias ambientales placenteras, despertarse por la mañana dos o más horas antes de lo habitual, empeoramiento matutino del humor depresivo, presencia objetiva de inhibición o agitación psicomotrices claras (observadas o referidas por terceras personas), pérdida marcada de apetito, pérdida de peso (del orden del 5% o más del peso corporal en el último mes), pérdida marcada de la líbido. Este síndrome somático habitualmente no se considera presente al menos que, cuatro o más de las anteriores características, estén definitivamente presentes..."

F60.5: Trastorno anancástico de la personalidad

Bueno, pues ese trastorno o, mejor dicho, mi trastorno se caracteriza por:

"... a) Falta de decisión, dudas y precauciones excesivas, que reflejan una profunda inseguridad personal.

b) Preocupación excesiva por detalles, reglas, listas, orden, organización y horarios.


c) Perfeccionismo, que interfiere con la actividad práctica.

d) Rectitud y escrupulosidad excesivas junto con preocupación injustificada por el rendimiento hasta el extremo de renunciar a actividades placenteras y a relaciones personales.

e) Pedantería y convencionalismo con una capacidad limitada para expresar emociones.

f) Rígidez y obstinación.

g) Insistencia poco razonable en que los demás se sometan a la propia rutina y resistencia también poco razonable a dejar a los demás hacer lo que tiene que hacer.

h) La irrupción no deseada e insistente de pensamientos o impulsos..."

Después de leerlo, la sangre se me hiela en las venas y la tristeza que anida en mi interior se triplica, porque mi mente aún es incapaz de asumir, de comprender que en esas definiciones encajo yo.

¡¡Qué duro es sufrir esta enfermedad!!. La incomprensión que sientes, el sufrimiento que padeces, el vacío que vives. Todo, todo crece y crece porque sigues negando que padezcas lo que te han diagnosticado.

Pero, por desgracia, no todo se acaba en un papel y una medicación.

(Nota: La información contenida en este post está extraída de: http://personal.telefonica.terra.es/web/psico/index.html)

lunes, 20 de agosto de 2007

Mi diagnóstico médico: Episodio depresivo moderado y Trastorno anancástico de la personalidad

Aunque al referirme a mi enfermedad parezca que lo hago con cierta sensación de frialdad, hablar de ella, por primera vez, no me está resultando ni sencillo, ni cómodo, pero ahora tengo las fuerzas suficientes de las que antes carecía para mirarme al espejo y no asustarme de lo que veo a través de mis pupilas.

Recuerdo la primera cita. Era un lunes, finales de un caluroso mes.

Acudí a la misma con reticencias. Incluso segundos antes de estar delante de él, seguía negando la necesidad de ayuda profesional, a pesar de haber sufrido hacía una hora uno de mis “no sé qué”: gritos, lágrimas, ansiedad, ideas de suicidio.

No iba por voluntad propia, ni siquiera yo había pedido la cita.

Quizás lo bueno y lo malo de tener pareja es precisamente eso: tener pareja en lo bueno y en lo malo. Mi “otro lado de la cama” se dio cuenta hacía muchísimo tiempo que mis reacciones ante determinadas situaciones se salían de lo habitual, que mi comportamiento no era igual que antes y que, por más que tratase de hacer, la única ayuda que podía prestarme era ponerme en manos de un especialista.

Hasta hubo un ultimátum minutos antes de la hora “H”, pero creo que algo dentro de mí sentía la necesidad de saber qué era aquella nebulosa que habitaba en mi cabeza.

Vienen a mi memoria unas “pintas” incalificables para asistir a esa consulta: vaqueros, camiseta vieja y zapatillas deportivas, unido a unos ojos hinchados de haber llorado, el pelo de cualquier manera, dolor de cabeza y un “acojonamiento” tremendo por lo que me iba a encontrar tras aquellas horribles puertas.

Quizás esa simple presencia ya era un signo evidente de que mi máquina no funcionaba bien.

Una vez que crucé aquellas puertas, creía que el corazón iba a salirme por la boca. Desde la sala de espera, veía pasar batas blancas y mi nerviosismo aumentaba. No tuve que esperar demasiado a que el psiquiatra nos atendiera, pero mientras tanto los segundos se me hicieron eternos, a pesar, por supuesto, de ir acompañada.

Hubo algún momento, en esa espera, que pensé en salir corriendo de aquel lugar, pero creo que mi timidez no me permitió pasar por semejante situación de ridículo.

Entramos en su despacho y yo me senté en la silla de la derecha o, más bien, me deje caer sobre ella. Mis ojos escrutaban cada rincón de aquella habitación: los libros de las estanterías, los cuadros de la pared, los papeles que había sobre el escritorio, pero no era capaz de fijar la mirada en el psiquiatra por la vergüenza que sentía por estar simplemente allí.

Como es lógico, el psiquiatra, experto en estas lides, tomó las riendas de la situación, porque si las hubiera cogido yo no sé dónde habríamos acabado.

El psiquiatra fue formulando las preguntas protocolarias para la historia clínica de un nuevo paciente: edad, altura, peso, enfermedades anteriores, actividad profesional, consumo de alcohol o sustancias estupefacientes, hábito de fumar, si comía y dormía bien, así como otras más que no recuerdo.

Tras hacerse, imagino, una composición de lugar, comenzó a meter el dedo en la llaga como yo lo llamaría, pues era la primera vez que le contaba a un extraño las “puertas para dentro mi vida” y ello significó un gran esfuerzo.

Ahora soy consciente que, durante la entrevista, hubo cierto ciclismo en mi verborrea, en ocasiones hasta barriobajera, con una reiteración excesiva en determinados aspectos (trabajo, orden, mudanza, trabajo, orden, mudanza, relación de pareja, trabajo, orden, trabajo, orden, trabajo, orden), pero, en aquel instante de mi vida, estaba con el agua al cuello y sólo quería soltar lastre para poder coger aire y seguir respirando.

Pues bueno el menú de mi diagnóstico médico es:

Como primer plato y bien frío: F32.1 Episodio depresivo moderado.

Claro y contundente. Sufro una depresión. Este es quizás el principal motivo del que ha sido mi comportamiento durante estos últimos meses.

Es de suponer que presentó cuatro o más de los síntomas que caracterizan a esta enfermedad, de los que me reconozco en la ansiedad, la agitación psicomotriz, irritabilidad, ideas obsesivas, pasividad ante aficiones y personas, insomnio, pérdida de la líbido, preocupación excesiva y qué sé yo más.

No sé si ese autoanálisis es coincidente con lo vislumbrado por "mi psiquiatra", pero está claro que síntomas vio para diagnosticar una depresión que, finalmente, he asumido que padezco.

Y de guinda al informe, también pone F60.5: Trastorno anancástico de la personalidad

¿Y eso qué es? Esa misma pregunta me hice yo.

Toda la vida, pensando que soy una persona como la gran mayoría, con sus virtudes y sus defectos, llena de un carácter introvertido salpimentado con trocitos de sociabilidad, pero, ahora resulta, que no tengo el punto de cocción exacto.

¡¡¡Bufff!!!. Seguro que más de uno ya estará pensando el bicho raro que soy.

Ciertamente siempre me he considerado una persona responsable, cabezota, precavida, perfeccionista, metódica, obsesiva, tenaz, rígida, tímida, poco dada a mostrar mis emociones, pero amiga de mis verdaderos amigos y, sobre todo, solitaria.

Han pasado muchos meses desde que me dieron el diagnóstico, pero de mi cabeza jamás se borrará la palabra "anancástica". Me han llamado cosas muy raras, pero nunca de este modo. Se me escapa la risa tonta cada vez que lo pienso.

Eso es lo que consta en mi informe, amén de otras indicaciones observadas por "mi psiquiatra", que imagino son diferentes en cada paciente.

Este fue mi primer contacto, pero no el último con lo que se escondía detrás de aquellas horribles puertas.

El resto ha sido una o, quizás, mi peor experiencia vital, aunque de eso hay para escribir un libro. Yo hice un diario. Mi propio diario.

sábado, 18 de agosto de 2007

Las cosas que nunca se dicen suelen ser las más importantes

Existen momentos en que la vida te sonríe de un modo extraño. Es entonces cuando notas que todo pasa lentamente, mientras sientes como la sangre viaja a través de tus venas, como el corazón late al ritmo de tus penas.

He sentido como mi palpitar enmudecía en cada anochecer, instante en el que reparaba en que nada me había dado tiempo a saborearlo con la mente.

Me he sentido como un muñeco de trapo arrojado sobre el asfalto sin el calor de la mano de un niño.

Me he sentido como despojo humano en un vertedero, ya inservible y listo para ser despiezado como vil chatarra.

He perdido el rumbo y he sentido como el lodo me arrastraba.

En esos momentos, sólo he divisado un camino, sólo he encontrado un sentido. ¿Qué camino, qué sentido? Te asustarías con sólo pronunciar su nombre, pero más de una vez he estado jugando al borde del abismo con la idea de encontrar un reino donde mi mente y corazón quedasen limpios de cualquier huella de sufrimiento.

Es la verdad.

He tratado de secar las lágrimas de mi alma, porque sabía que ahí fuera existe un cielo azul, que no tengo necesidad de sentir miedo, pero he percibido cierto atenazamiento dentro de mí. Tan sólo soy un pobre niño inocente lleno de pinceladas de esperanza y ganas de remontar su vuelo.

Durante este trayecto, mi compañía se ha reducido al sonido del silencio, sólo roto por las notas de cada canción que me acompañan o por el carteo de las páginas del libro que leo.

Uno de ellos, de la saga de Harry Potter, habla de unos seres llamados Dementores que cumplen la función de extraer de los humanos sus miedos, sus debilidades para dejarles sin alma.

Desearía que así sucediera, que un "dementor" se llevase mis miedos, mis debilidades y dejase mi alma muda de gritos, seca de lágrimas para que volviera a ser un alma.

Sólo suplico por una gota de alivio para cada duda que hay en mí.

jueves, 16 de agosto de 2007

Un largo y tortuoso viaje por las angostas carreteras de mi mente

La fría bruma de la madrugada comenzó a colarse por mi roído corazón. Con suma delicadeza, fuí depositando mantas de compresión en el fondo de mi inseparable mochila y, después, recogí un viejo recorte de mi alma, asiéndolo fuertemente entre mis manos.

Sin volver la vista atrás, me deslicé por el sinuoso camino de mis sentimientos, a la vez que percibía el gélido abrazo de la soledad, mi fiel compañera durante estos años.

Al mismo tiempo que recorría aquel rincón, ahora plagado de restos de suciedad, mis desgatadas botas se iban cubriendo del polvo de tantos recuerdos, recuerdos que me devolvían el color de una sonrisa, el tacto de un abrazo, el sabor de un beso, la luz de una mirada, la musicalidad de una palabra.

Entonces decidí tomar una senda empredrada hacia lo alto de aquella colina, mientras notaba cierta sequedad en mi garganta y veía escurrirse fieras gotas de desesperación entre mis dedos.

Presa del cansancio, tuve que detener mi alocada huida y descansar sobre la humedad de una piedra tantos oscuros pensamientos que resonaban con insistencia en mi interior.

Rebusqué en los bolsillos de mi alma, pero mis manos no fueron capaces aún de hallar mi propio nombre.

Traté de abrazar tanto dolor entres las derruidas paredes de mi corazón, pero ni siquiera pude acallar ese silencioso llanto con la ayuda de mi mano.

Observé inmóvil el desteñir de mis venas sin ser capaz de alcanzar a cerrar esa herida.

Sentí la necesidad de calmar esa pena con tibias notas de mi esencia, pero no me quedaban fuerzas para sosegar tan poderosa voz porque quien gritaba era yo.

Y, de repente, me descubrí gateando a ciegas por la alfombra de mi alma derruida, viendo en el reflejo de mi caminar la figura de los largos crespones que me ha tocado vestir.

miércoles, 15 de agosto de 2007

La depresión nunca es normal y siempre produce un sufrimiento innecesario

Tenemos que entender que el dolor es un proceso difícil, pero vivible, y que lo que tenemos que evitar es el sufrimiento.

El dolor es algo inevitable, el sufrimiento es evitable.

El sufrimiento se produce cuando el dolor no termina, cuando el dolor permanece y queda fijo. El sufrimiento es un dolor extendido en el tiempo.

El sufrimiento es también un dolor no elaborado: la causa del dolor ya ha desaparecido, pero no hemos logrado elaborar ese dolor. No elaborarlo quiere decir que aún vivimos manifestaciones del dolor, que no hemos aprendido del dolor.

El sufrimiento es también una suma de dolores: superponemos un dolor sobre el otro, sin elaborarlos. Entonces, el dolor se fosiliza y se convierte en sufrimiento.

Hay sufrimiento cuando un dolor del pasado está activo en el presente.

Hay sufrimiento cuando un dolor actual te remite a todos los dolores sin elaborar, acumulados a lo largo de la vida. Cuando esto sucede, no sólo te duele el dolor concreto y puntual de hoy, sino que te duele lo de hace un año, lo de hace cinco, te duele la vida.

Eso es sufrir.

lunes, 13 de agosto de 2007

Un importante depredador de la felicidad humana

El término depresión deriva del latín depressus que significa “abatido”, “derribado”.

Es la amenaza más creciente del siglo XXI, de tal modo que uno de cada diez adultos aproximadamente cada año se ve afectado, pudiendo suceder en cualquier momento de la vida.

A mí, me ha tocado antes de cumplir los treinta años.

Es propio del ser humano padecer los excesos de sus pasiones.

Yo aún me pregunto en qué pasiones me he excedido. Sé de una, pero no la voy a confesar, quizás más adelante.

La depresión es una enfermedad grave, no nos engañemos. Afecta de un modo negativo al organismo (cerebro), al ánimo y a la manera de pensar, así como en la autoestima (la mía ha llegado a estar en números rojos).

La tristeza y la depresión no son lo mismo. Mientras que los sentimientos de tristeza se alivian con el tiempo, el trastorno de la depresión puede continuar por meses y hasta años. Los pacientes que experimentamos depresión notamos grandes diferencias entre la tristeza normal y el peso de la depresión clínica que nos incapacita.

No es una condición de la cual me pueda liberar a voluntad. Quienes sufrimos depresión como yo, tenemos sentimientos de desesperanza y pesimismo que llegan a obstaculizar muchos aspectos de nuestra vida.

La depresión presenta diversos síntomas de los que puedo describir como vivenciados en primera persona los siguientes: estado de ánimo triste o pesimismo de forma persistente, sentimientos de desprecio, inutilidad o culpa sin fundamento, sensación de estar en un “hoyo” o un “callejón sin salida”, pérdida de interés en pasatiempos y actividades que antes disfrutaba (cine, lectura, salir con amigos, deportes), sensación de vacío, llorar sin razón, dificultades de concentración y de memoria, incapacidad para tomar decisiones cotidianas, insomnio, cansancio y falta de energía, ansiedad psíquica, inquietud e irritabilidad, dolor de cabeza y, quizás el más duro de todos, pensamientos suicidas.

Ha dado igual mi nivel económico y edad, la enfermedad mental no ha hecho discriminación conmigo.

Y lo peor es saber, enfrentarse y aceptar tal realidad, porque cuando te das cuenta de que la enfermedad te quita la libertad y te transforma en otra persona, ya estás pagando un precio muy alto.

No eres consciente de lo que está ocurriendo hasta que pierdes completamente toda capacidad de autocontrol, hasta que dejas de ser quien eres y ese depredador se adueña de tus entrañas convirtiéndote en un ser agresivo, frustrado, pesimista, pusilánime, obsesivo y, sobre todo, triste, muy triste.

¡¡¡La de locuras que he hecho y he dicho!!! No siento ningún tipo de orgullo, al contrario, me avergüenzo como si hubiese cometido el mayor asesinato de la historia.

Comprender la necesidad de ayuda profesional y aceptarla ha sido otro de los pasos más duros, porque incluso te permites el lujo de creer infantilmente que eres capaz de solventar por ti mismo lo que te sucede hasta que te das cuenta de que una enfermedad de este calibre debe ser tratada por las manos adecuadas.

En el transcurso de mi depresión, lo primero ha sido la autonegación de que padeciese los síntomas y, por supuesto, ni siquiera me mentases la palabra psiquiatra, porque parecía que fuese maldita, pero finalmente sólo quedan dos opciones: seguir jugando a la ruleta rusa o asumir la realidad y asirme con fuerza a las manos de un profesional.

Yo he optado por esto último, pero antes, mucho antes, he tenido que recorrer un largo camino hasta bajarme de mi pedestal y no seguir huyendo cual gacela de un león.

Permíteme que reproduzca aquí la letra de una canción que es una de mis fieles compañías en esta larga travesía, canción que despierta sentimientos contradictorios en mí resumidos en el ayer y en el futuro.

"Hoy mi tristeza no es pasajera, traigo fiebre de la verdadera. Y cuando llegue la noche, cada estrella parecerá una lágrima.

Y no me digas nada. Quisiera ser como todos, pasar feliz por la vida o fingir que estoy siempre bien. Ver el color de cosas con humor.

Y no me digas nada. Que lo malo siempre pasa, el futuro será bueno, todo pasa.

Cuando todo está perdido, siempre queda una salida. Cuando todo está perdido, siempre brilla una luz.

Ganes otro día mejor, pero hoy por qué me siento así. Baja del cielo un ángel triste cerca de mí y esta fiebre que no cesa y mi sonrisa se seca.

Cuando todo está perdido, siempre queda una salida. Cuando todo está perdido, siempre brilla una luz.

No me digas nada. Mírame en silencio y muchas gracias por pensar en mí”.