MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


sábado, 18 de agosto de 2007

Las cosas que nunca se dicen suelen ser las más importantes

Existen momentos en que la vida te sonríe de un modo extraño. Es entonces cuando notas que todo pasa lentamente, mientras sientes como la sangre viaja a través de tus venas, como el corazón late al ritmo de tus penas.

He sentido como mi palpitar enmudecía en cada anochecer, instante en el que reparaba en que nada me había dado tiempo a saborearlo con la mente.

Me he sentido como un muñeco de trapo arrojado sobre el asfalto sin el calor de la mano de un niño.

Me he sentido como despojo humano en un vertedero, ya inservible y listo para ser despiezado como vil chatarra.

He perdido el rumbo y he sentido como el lodo me arrastraba.

En esos momentos, sólo he divisado un camino, sólo he encontrado un sentido. ¿Qué camino, qué sentido? Te asustarías con sólo pronunciar su nombre, pero más de una vez he estado jugando al borde del abismo con la idea de encontrar un reino donde mi mente y corazón quedasen limpios de cualquier huella de sufrimiento.

Es la verdad.

He tratado de secar las lágrimas de mi alma, porque sabía que ahí fuera existe un cielo azul, que no tengo necesidad de sentir miedo, pero he percibido cierto atenazamiento dentro de mí. Tan sólo soy un pobre niño inocente lleno de pinceladas de esperanza y ganas de remontar su vuelo.

Durante este trayecto, mi compañía se ha reducido al sonido del silencio, sólo roto por las notas de cada canción que me acompañan o por el carteo de las páginas del libro que leo.

Uno de ellos, de la saga de Harry Potter, habla de unos seres llamados Dementores que cumplen la función de extraer de los humanos sus miedos, sus debilidades para dejarles sin alma.

Desearía que así sucediera, que un "dementor" se llevase mis miedos, mis debilidades y dejase mi alma muda de gritos, seca de lágrimas para que volviera a ser un alma.

Sólo suplico por una gota de alivio para cada duda que hay en mí.

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