Que todos los días sean Navidad. Un nacimiento a una nueva vida, en la que la plenitud sea la invitada de honor, y de la que hayan sido desterrados los malos recuerdos... y los sueños aparezcan en su justa medida.
¡¡Feliz Navidad!!
¡¡Feliz Navidad!!
Como toda película va convenientemente acompañada de su Banda Sonora Original, mi depresión cuenta con su propia música.
Es a ti a quien he querido dedicar esta entrada... porque, como ya sabes, a veces la vida nos sorprende con profundas tristezas, con grandes pruebas y con terribles desilusiones...
Mientras seguía leyendo a trancas y barrancas a Víktor Emil Frankl, las actividades del centro pasaron a transformarse en una angustiosa pasarela donde desfilaban una tras otra mis escasas e incompetentes habilidades sociales, lo que iba reforzando la profunda creencia de que soy un ser asocial.
¿Quién se arriesga a poner sobre el tapete una jugada de un calibre tal como recomendar la lectura de “El hombre en busca de sentido” de Víktor Emil Frankl a esta “calamidad” de paciente? Por supuesto, sólo podía osar “mi psiquiatra”, con su bendita y sabia inteligencia para “leer el juego” y ver delante a “un contrincante obsesionado” por los retos.
"... Para una persona parapetada en su silencio y curiosa mirada, entablar contacto con el resto de pacientes suponía una grata sorpresa, en especial, por esa extraña facilidad motivada por cuanto compartíamos algo más que estar tras “aquellas horribles puertas”...
A veces abrir estas páginas me pone el vello de punta por la crudeza del relato, por cierta reminiscencia de etse agónico sufrimiento vital, por la brutal realidad a la que me enfrenta esta depresión. Una depresión, que lejos de acallar su amargo llanto, arrecia con la intensidad de un huracán, destroza mis frágiles pies de barro.
Pasaba ya un mes desde mi internamiento, y mientras, las actividades con los distintos profesionales continuaban incesantes tanto para los viejos como para los nuevos inquilinos que habitábamos tras “aquellas horribles puertas”.