MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


domingo, 14 de octubre de 2007

Capítulo XI de mi internamiento: “Juan Salvador Gaviota”, un consejo de “mi psiquiatra”

A pesar de la entrada en escena de “Pin”, mi depresión seguía su trámite devastador. Ni siquiera la medicación pautada lograba reducir el constante bombardeo de ideas obsesivas, lo que implicaba casi a diario que “mi psiquiatra” se viera expuesto a mi abanico de preguntas existenciales.

Con el lógico criterio de la experiencia, “mi psiquiatra”, sabedor y consciente de que esas respuestas se hallaban en mí, me recomendó la lectura de dos libros: “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach y “El hombre en busca de sentido” de Victor Emil Frankl, pues sólo debía sentarme a reflexionar sobre el contenido de aquellas páginas para llegar a lo que buscaba.

Como siempre, sólo tenía dos posibilidades: aceptar o rechazar la recomendación médica. En este caso, opté por lo primero y fue un acierto, ya que, con posterioridad, descubrí que el segundo gol que se le puede marcar a una enfermedad mental reside en aferrarse a esas ofertas en forma de consejos que siempre da el especialista médico.

Por tanto, encomendé la laboriosa misión de adquirir los citados ejemplares a mi “otro lado de la cama” que, presto y solicito como en tantas otras situaciones durante mi enfermedad, llevó a cabo.

Dio así comienzo otra nueva etapa de mi depresión, invadida por un inicial escepticismo ante la creencia de que aquellos textos no iban a servir para nada, salvo para un lavado de cerebro. Otra falsa idea provocada por el influjo de mi enfermedad.

La lectura de las dos obras no resultó sencilla. Uno, porque no tenía mucha predisposición para ello y dos, por mis dificultades de concentración. No obstante, solía refugiarme en alguno de ellos cuando necesitaba dejar de pensar, aunque los mismos obrasen el efecto contrario, pero, con tiempo y esfuerzo, logré concluir “Juan Salvador Gaviota”.

De primeras no llegué a ningún tipo de motivación tras leerlo. Me quedó un regustillo amargo, en cierta manera, porque yo me identificaba con Juan Salvador Gaviota: ambos no éramos fáciles de conformar con lo establecido en nuestra vida de antemano. Él luchó contra la adversidad de su destino, conocedor de ser diferente al resto de gaviotas por querer ampliar sus horizontes, experimentar cuáles eran sus límites, aunque dejase de ser aceptado por los demás. Vivir eternamente con la duda de lo que pudo ser supuso el acicate bastante para arriesgar y llegar a conocerse.

Sí, me sentía diferente como Juan Salvador Gaviota. Sí, me había alejado de las pautas marcadas como Juan Salvador Gaviota. Sí, me interesaba exprimir mis límites como Juan Salvador Gaviota. Sí, quería sentirme útil en la vida como Juan Salvador Gaviota. Sin embargo, algo desafinaba dentro de mí, haciéndome chirriar de dolor hasta decir basta.

A los pocos días, “mi psiquiatra” me preguntó sobre el libro y mis conclusiones. Le transmití lo que percibía en ese momento. Nada profundo, ni meditado. Envidiaba a Juan Salvador Gaviota, pero no quería mostrárselo a “mi psiquiatra”. Me avergonzaba ese halo de fracaso existente en mi atmósfera. No podía soportarlo. Yo había sido como Juan Salvador Gaviota. Yo había escapado una y otra vez de las reglas de mi propia manada. Yo había escuchado las críticas, incluso había fantaseado con abandonar mis propias ideas y seguir dentro de la masa. Yo había intentado aprender los misterios del vuelo. Yo había tropezado también. Yo, finalmente, me había convertido en basura, ni siquiera digna de reciclar.

La realidad es que mi depresión sesgaba cualquier razonamiento, empañándolo. Era como mirar mi vida sin graduar las gafas.

De todas formas, Juan Salvador Gaviota me había dado alguna remota esperanza, sobre todo, me hacía replantearme la posibilidad de que yo tenía sitio en este mundo, de que yo podía aportar algo, pero seguía desconociendo el qué y cómo.

En mis condiciones psicológicas, reflexionar sobre el mensaje de Juan Salvador Gaviota requirió su tiempo hasta ser capaz de asimilar lo que iba encontrando a medida que profundizaba en mi alma.

“… There’s an angel on a ribbon… hanging from the armoire door… there’s a baby angel drummer… his eyes are open wide… and two more tiny cherub… on the mantle side by side… Too many angels.. have seen me crying… Too many angels… have heard you lying… Bring the morning on... voices sing of day.... I want this darkness gone....” (“Too many angels” de Jackson Browne)


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