MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


sábado, 17 de noviembre de 2007

Capítulo XIV de mi internamiento: HABILIDADES SOCIALES

Me he servido de una herramienta fundamental: mi “libreta-diario” para reparar este pequeño socavón en mi ánimo. La lectura de algunos pasajes de mi internamiento en la clínica psiquiátrica me ha descubierto cada poso educativo de las actividades allí realizadas.

En la curación de una enfermedad mental, además de los fármacos, es fundamental el aprendizaje de un nuevo estilo de vivir o, como yo lo llamo, una reprogramación de mis costumbres a fin de cambiar la dirección en la que iba. Por eso, cuando algo falla, hay que tirar del manual de uso y, entre las páginas de mi “libreta-diario”, se recogen los postulados básicos de esa enseñanza impartida por el complejo entramado de especialistas con los que tuve que “trabajar” durante mi ingreso.

Tras aquellas horribles puertas, la labor fundamental va en dos vertientes: lograr la recuperación de un paciente o alcanzar un nivel óptimo de vida del mismo, por lo que la vía elegida partía de los contenidos transmitidos en las actividades, las cuales no consistían en un sermón sobre lo divino y humano, sino que implicaban una asunción de nuevos conceptos a través de imaginativas sesiones donde se daba rienda suelta, en muchas ocasiones, a la capacidad creativa de cada uno. No obstante, a veces debía enfrentarme a una hoja repleta de cuestiones de lo más diversas, pero siempre enfocadas hacia el crecimiento personal, la autoestima, etc., aunque no se consiguiese siempre la finalidad última.

Una de estas actividades versaba sobre las HABILIDADES SOCIALES. Así que, durante este reciente descenso a los infiernos, me detuve en las anotaciones que realicé con ocasión de una concreta sesión de esta actividad. Aquel día se plantearon una serie de preguntas relativas a las habilidades sociales, las cuales, para no perder la costumbre, me presté rápidamente a recoger en mi “libreta-diario”. Ese día debía responder a lo siguiente:

1.- ¿Cómo te sientes al llegar a un grupo?

2.- ¿Cuál es tu mejor capacidad profesional?

3.- ¿Cómo quieres que te vean los demás?

4.- ¿Cómo estás en este momento? o en este momento, sería…

5.- ¿Qué consideras un buen jefe?

6.- En el peor de los casos, cuando salgo lo hago con…

Seguro que alguna más se quedó en el tintero, pero todas iban en la misma línea. Tampoco tengo las respuestas que di, pues ni siquiera me molestaba nunca en transcribirlas, además de que el cuestionario siempre se lo quedaba el especialista.

De todas formas, volviendo a recurrir a mi “libreta-diario”, he tenido a mi disposición el efecto devastador que provocó en mi mente el contenido de aquel folio:

… A pesar de los pensamientos irracionales que me provoca la depresión, sólo soy capaz de hilvanar una idea sólida y congruente: lo odiosas que me resultan las relaciones sociales y las dificultades que siempre me suponen éstas, sintiéndome un ser totalmente frágil ante los demás…”

“… La soledad ha marcado todos los ámbitos de mi vida, convirtiéndome en una marioneta a su interés…”

… Nunca me he caracterizado por ser una persona extrovertida, ni graciosa, ni tampoco fui popular, ni siquiera mi belleza era destacable. Siempre recordaré mi primera espina en las relaciones humanas encarnada en la crueldad infantil de aquellos compañeros de parvulario que me observaban como un extraterrestre y se mofaban porque a mis casi cuatro añitos era capaz de leer el periódico…”

… Apenas guardo imágenes de aquella época, no logró trazar ningún boceto más de esos años, quizás, tal vez, porque ahí ya empezaba a experimentar esa sensación del olvido humano que, con el transcurso del tiempo, se fue acrecentando de tal manera que se convirtió en familiar…”

… ¿De verdad tengo habilidades sociales?... ¿soy capaz de interaccionar con los demás?... ¿o simplemente mi condena es vivir de espaldas al mundo?...”

“… Ahora me pregunto en cuáles serían las respuestas que darían mi familia, mis amigos, el resto del mundo ante esas interpelaciones…

Ignoro el opaco efecto que ese listado guarda para mí ....

“… Acompáñame al misterio de no hacernos compañía… acompáñame a estar solo… acompáñame al silencio de charlar sin las palabras… a saber que estás ahí y yo a tu lado… acompáñame a lo absurdo de abrazarnos sin contacto… tú en tu sitio, yo en el mío… como un ángel de la guarda… acompáñame a estar solo… para calibrar mis miedos… para envenenar poco a poco mis recuerdos… para quererme un poquito… para desintoxicarme del pasado… Acompáñame a estar solo…”(“Acompáñame a estar solo” de Ricardo Arjona)


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