MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


lunes, 13 de agosto de 2007

Un importante depredador de la felicidad humana

El término depresión deriva del latín depressus que significa “abatido”, “derribado”.

Es la amenaza más creciente del siglo XXI, de tal modo que uno de cada diez adultos aproximadamente cada año se ve afectado, pudiendo suceder en cualquier momento de la vida.

A mí, me ha tocado antes de cumplir los treinta años.

Es propio del ser humano padecer los excesos de sus pasiones.

Yo aún me pregunto en qué pasiones me he excedido. Sé de una, pero no la voy a confesar, quizás más adelante.

La depresión es una enfermedad grave, no nos engañemos. Afecta de un modo negativo al organismo (cerebro), al ánimo y a la manera de pensar, así como en la autoestima (la mía ha llegado a estar en números rojos).

La tristeza y la depresión no son lo mismo. Mientras que los sentimientos de tristeza se alivian con el tiempo, el trastorno de la depresión puede continuar por meses y hasta años. Los pacientes que experimentamos depresión notamos grandes diferencias entre la tristeza normal y el peso de la depresión clínica que nos incapacita.

No es una condición de la cual me pueda liberar a voluntad. Quienes sufrimos depresión como yo, tenemos sentimientos de desesperanza y pesimismo que llegan a obstaculizar muchos aspectos de nuestra vida.

La depresión presenta diversos síntomas de los que puedo describir como vivenciados en primera persona los siguientes: estado de ánimo triste o pesimismo de forma persistente, sentimientos de desprecio, inutilidad o culpa sin fundamento, sensación de estar en un “hoyo” o un “callejón sin salida”, pérdida de interés en pasatiempos y actividades que antes disfrutaba (cine, lectura, salir con amigos, deportes), sensación de vacío, llorar sin razón, dificultades de concentración y de memoria, incapacidad para tomar decisiones cotidianas, insomnio, cansancio y falta de energía, ansiedad psíquica, inquietud e irritabilidad, dolor de cabeza y, quizás el más duro de todos, pensamientos suicidas.

Ha dado igual mi nivel económico y edad, la enfermedad mental no ha hecho discriminación conmigo.

Y lo peor es saber, enfrentarse y aceptar tal realidad, porque cuando te das cuenta de que la enfermedad te quita la libertad y te transforma en otra persona, ya estás pagando un precio muy alto.

No eres consciente de lo que está ocurriendo hasta que pierdes completamente toda capacidad de autocontrol, hasta que dejas de ser quien eres y ese depredador se adueña de tus entrañas convirtiéndote en un ser agresivo, frustrado, pesimista, pusilánime, obsesivo y, sobre todo, triste, muy triste.

¡¡¡La de locuras que he hecho y he dicho!!! No siento ningún tipo de orgullo, al contrario, me avergüenzo como si hubiese cometido el mayor asesinato de la historia.

Comprender la necesidad de ayuda profesional y aceptarla ha sido otro de los pasos más duros, porque incluso te permites el lujo de creer infantilmente que eres capaz de solventar por ti mismo lo que te sucede hasta que te das cuenta de que una enfermedad de este calibre debe ser tratada por las manos adecuadas.

En el transcurso de mi depresión, lo primero ha sido la autonegación de que padeciese los síntomas y, por supuesto, ni siquiera me mentases la palabra psiquiatra, porque parecía que fuese maldita, pero finalmente sólo quedan dos opciones: seguir jugando a la ruleta rusa o asumir la realidad y asirme con fuerza a las manos de un profesional.

Yo he optado por esto último, pero antes, mucho antes, he tenido que recorrer un largo camino hasta bajarme de mi pedestal y no seguir huyendo cual gacela de un león.

Permíteme que reproduzca aquí la letra de una canción que es una de mis fieles compañías en esta larga travesía, canción que despierta sentimientos contradictorios en mí resumidos en el ayer y en el futuro.

"Hoy mi tristeza no es pasajera, traigo fiebre de la verdadera. Y cuando llegue la noche, cada estrella parecerá una lágrima.

Y no me digas nada. Quisiera ser como todos, pasar feliz por la vida o fingir que estoy siempre bien. Ver el color de cosas con humor.

Y no me digas nada. Que lo malo siempre pasa, el futuro será bueno, todo pasa.

Cuando todo está perdido, siempre queda una salida. Cuando todo está perdido, siempre brilla una luz.

Ganes otro día mejor, pero hoy por qué me siento así. Baja del cielo un ángel triste cerca de mí y esta fiebre que no cesa y mi sonrisa se seca.

Cuando todo está perdido, siempre queda una salida. Cuando todo está perdido, siempre brilla una luz.

No me digas nada. Mírame en silencio y muchas gracias por pensar en mí”.

1 comentario:

María Laura Giménez dijo...

Hola Alex, obviamente no te conozco, pero siento que así es leyendo lo que escribiste, ya que yo estoy en la misma situación hace añares, desde que era chica, pero hace más o menos 4 años que estoy muy caída, ahora tengo 29 años... me siento muy identificada, espero que los médicos den algún resultado, ya pasé por varios.. inclusive intento de suicidio con internación en una clínica de reposo psiquiátrico. A vos te da resultado el tratamiento? Saludos y fuerza desde Argentina!