Existen momentos en que la vida te sonríe de un modo extraño. Es entonces cuando notas que todo pasa lentamente, mientras sientes como la sangre viaja a través de tus venas, como el corazón late al ritmo de tus penas.
He sentido como mi palpitar enmudecía en cada anochecer, instante en el que reparaba en que nada me había dado tiempo a saborearlo con la mente.
Me he sentido como un muñeco de trapo arrojado sobre el asfalto sin el calor de la mano de un niño.
Me he sentido como despojo humano en un vertedero, ya inservible y listo para ser despiezado como vil chatarra.
He perdido el rumbo y he sentido como el lodo me arrastraba.
En esos momentos, sólo he divisado un camino, sólo he encontrado un sentido. ¿Qué camino, qué sentido? Te asustarías con sólo pronunciar su nombre, pero más de una vez he estado jugando al borde del abismo con la idea de encontrar un reino donde mi mente y corazón quedasen limpios de cualquier huella de sufrimiento.
Es la verdad.
He tratado de secar las lágrimas de mi alma, porque sabía que ahí fuera existe un cielo azul, que no tengo necesidad de sentir miedo, pero he percibido cierto atenazamiento dentro de mí. Tan sólo soy un pobre niño inocente lleno de pinceladas de esperanza y ganas de remontar su vuelo.
Durante este trayecto, mi compañía se ha reducido al sonido del silencio, sólo roto por las notas de cada canción que me acompañan o por el carteo de las páginas del libro que leo.
Uno de ellos, de la saga de Harry Potter, habla de unos seres llamados Dementores que cumplen la función de extraer de los humanos sus miedos, sus debilidades para dejarles sin alma.
Desearía que así sucediera, que un "dementor" se llevase mis miedos, mis debilidades y dejase mi alma muda de gritos, seca de lágrimas para que volviera a ser un alma.
Sólo suplico por una gota de alivio para cada duda que hay en mí.
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