Me he servido de una herramienta fundamental: mi “libreta-diario” para reparar este pequeño socavón en mi ánimo. La lectura de algunos pasajes de mi internamiento en la clínica psiquiátrica me ha descubierto cada poso educativo de las actividades allí realizadas.
En la curación de una enfermedad mental, además de los fármacos, es fundamental el aprendizaje de un nuevo estilo de vivir o, como yo lo llamo, una reprogramación de mis costumbres a fin de cambiar la dirección en la que iba. Por eso, cuando algo falla, hay que tirar del manual de uso y, entre las páginas de mi “libreta-diario”, se recogen los postulados básicos de esa enseñanza impartida por el complejo entramado de especialistas con los que tuve que “trabajar” durante mi ingreso.
Tras aquellas horribles puertas, la labor fundamental va en dos vertientes: lograr la recuperación de un paciente o alcanzar un nivel óptimo de vida del mismo, por lo que la vía elegida partía de los contenidos transmitidos en las actividades, las cuales no consistían en un sermón sobre lo divino y humano, sino que implicaban una asunción de nuevos conceptos a través de imaginativas sesiones donde se daba rienda suelta, en muchas ocasiones, a la capacidad creativa de cada uno. No obstante, a veces debía enfrentarme a una hoja repleta de cuestiones de lo más diversas, pero siempre enfocadas hacia el crecimiento personal, la autoestima, etc., aunque no se consiguiese siempre la finalidad última.
Una de estas actividades versaba sobre las HABILIDADES SOCIALES. Así que, durante este reciente descenso a los infiernos, me detuve en las anotaciones que realicé con ocasión de una concreta sesión de esta actividad. Aquel día se plantearon una serie de preguntas relativas a las habilidades sociales, las cuales, para no perder la costumbre, me presté rápidamente a recoger en mi “libreta-diario”. Ese día debía responder a lo siguiente:
1.- ¿Cómo te sientes al llegar a un grupo?
2.- ¿Cuál es tu mejor capacidad profesional?
3.- ¿Cómo quieres que te vean los demás?
4.- ¿Cómo estás en este momento? o en este momento, sería…
5.- ¿Qué consideras un buen jefe?
6.- En el peor de los casos, cuando salgo lo hago con…
Seguro que alguna más se quedó en el tintero, pero todas iban en la misma línea. Tampoco tengo las respuestas que di, pues ni siquiera me molestaba nunca en transcribirlas, además de que el cuestionario siempre se lo quedaba el especialista.
De todas formas, volviendo a recurrir a mi “libreta-diario”, he tenido a mi disposición el efecto devastador que provocó en mi mente el contenido de aquel folio:
“… A pesar de los pensamientos irracionales que me provoca la depresión, sólo soy capaz de hilvanar una idea sólida y congruente: lo odiosas que me resultan las relaciones sociales y las dificultades que siempre me suponen éstas, sintiéndome un ser totalmente frágil ante los demás…”
“… La soledad ha marcado todos los ámbitos de mi vida, convirtiéndome en una marioneta a su interés…”
“… Nunca me he caracterizado por ser una persona extrovertida, ni graciosa, ni tampoco fui popular, ni siquiera mi belleza era destacable. Siempre recordaré mi primera espina en las relaciones humanas encarnada en la crueldad infantil de aquellos compañeros de parvulario que me observaban como un extraterrestre y se mofaban porque a mis casi cuatro añitos era capaz de leer el periódico…”
“… Apenas guardo imágenes de aquella época, no logró trazar ningún boceto más de esos años, quizás, tal vez, porque ahí ya empezaba a experimentar esa sensación del olvido humano que, con el transcurso del tiempo, se fue acrecentando de tal manera que se convirtió en familiar…”
“… ¿De verdad tengo habilidades sociales?... ¿soy capaz de interaccionar con los demás?... ¿o simplemente mi condena es vivir de espaldas al mundo?...”
“… Ahora me pregunto en cuáles serían las respuestas que darían mi familia, mis amigos, el resto del mundo ante esas interpelaciones…”
Ignoro el opaco efecto que ese listado guarda para mí ....
“… Acompáñame al misterio de no hacernos compañía… acompáñame a estar solo… acompáñame al silencio de charlar sin las palabras… a saber que estás ahí y yo a tu lado… acompáñame a lo absurdo de abrazarnos sin contacto… tú en tu sitio, yo en el mío… como un ángel de la guarda… acompáñame a estar solo… para calibrar mis miedos… para envenenar poco a poco mis recuerdos… para quererme un poquito… para desintoxicarme del pasado… Acompáñame a estar solo…”(“Acompáñame a estar solo” de Ricardo Arjona)
En la curación de una enfermedad mental, además de los fármacos, es fundamental el aprendizaje de un nuevo estilo de vivir o, como yo lo llamo, una reprogramación de mis costumbres a fin de cambiar la dirección en la que iba. Por eso, cuando algo falla, hay que tirar del manual de uso y, entre las páginas de mi “libreta-diario”, se recogen los postulados básicos de esa enseñanza impartida por el complejo entramado de especialistas con los que tuve que “trabajar” durante mi ingreso.
Tras aquellas horribles puertas, la labor fundamental va en dos vertientes: lograr la recuperación de un paciente o alcanzar un nivel óptimo de vida del mismo, por lo que la vía elegida partía de los contenidos transmitidos en las actividades, las cuales no consistían en un sermón sobre lo divino y humano, sino que implicaban una asunción de nuevos conceptos a través de imaginativas sesiones donde se daba rienda suelta, en muchas ocasiones, a la capacidad creativa de cada uno. No obstante, a veces debía enfrentarme a una hoja repleta de cuestiones de lo más diversas, pero siempre enfocadas hacia el crecimiento personal, la autoestima, etc., aunque no se consiguiese siempre la finalidad última.
Una de estas actividades versaba sobre las HABILIDADES SOCIALES. Así que, durante este reciente descenso a los infiernos, me detuve en las anotaciones que realicé con ocasión de una concreta sesión de esta actividad. Aquel día se plantearon una serie de preguntas relativas a las habilidades sociales, las cuales, para no perder la costumbre, me presté rápidamente a recoger en mi “libreta-diario”. Ese día debía responder a lo siguiente:
1.- ¿Cómo te sientes al llegar a un grupo?
2.- ¿Cuál es tu mejor capacidad profesional?
3.- ¿Cómo quieres que te vean los demás?
4.- ¿Cómo estás en este momento? o en este momento, sería…
5.- ¿Qué consideras un buen jefe?
6.- En el peor de los casos, cuando salgo lo hago con…
Seguro que alguna más se quedó en el tintero, pero todas iban en la misma línea. Tampoco tengo las respuestas que di, pues ni siquiera me molestaba nunca en transcribirlas, además de que el cuestionario siempre se lo quedaba el especialista.
De todas formas, volviendo a recurrir a mi “libreta-diario”, he tenido a mi disposición el efecto devastador que provocó en mi mente el contenido de aquel folio:
“… A pesar de los pensamientos irracionales que me provoca la depresión, sólo soy capaz de hilvanar una idea sólida y congruente: lo odiosas que me resultan las relaciones sociales y las dificultades que siempre me suponen éstas, sintiéndome un ser totalmente frágil ante los demás…”
“… La soledad ha marcado todos los ámbitos de mi vida, convirtiéndome en una marioneta a su interés…”
“… Nunca me he caracterizado por ser una persona extrovertida, ni graciosa, ni tampoco fui popular, ni siquiera mi belleza era destacable. Siempre recordaré mi primera espina en las relaciones humanas encarnada en la crueldad infantil de aquellos compañeros de parvulario que me observaban como un extraterrestre y se mofaban porque a mis casi cuatro añitos era capaz de leer el periódico…”
“… Apenas guardo imágenes de aquella época, no logró trazar ningún boceto más de esos años, quizás, tal vez, porque ahí ya empezaba a experimentar esa sensación del olvido humano que, con el transcurso del tiempo, se fue acrecentando de tal manera que se convirtió en familiar…”
“… ¿De verdad tengo habilidades sociales?... ¿soy capaz de interaccionar con los demás?... ¿o simplemente mi condena es vivir de espaldas al mundo?...”
“… Ahora me pregunto en cuáles serían las respuestas que darían mi familia, mis amigos, el resto del mundo ante esas interpelaciones…”
Ignoro el opaco efecto que ese listado guarda para mí ....
“… Acompáñame al misterio de no hacernos compañía… acompáñame a estar solo… acompáñame al silencio de charlar sin las palabras… a saber que estás ahí y yo a tu lado… acompáñame a lo absurdo de abrazarnos sin contacto… tú en tu sitio, yo en el mío… como un ángel de la guarda… acompáñame a estar solo… para calibrar mis miedos… para envenenar poco a poco mis recuerdos… para quererme un poquito… para desintoxicarme del pasado… Acompáñame a estar solo…”(“Acompáñame a estar solo” de Ricardo Arjona)
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