MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


jueves, 29 de noviembre de 2007

Capítulo XVI de mi internamiento: ACTIVIDAD DE PSICOLOGÍA

La rutina diaria se había convertido en mortalmente soporífera, exceptuando nuestras “Crónicas M….” nocturnas. Mi interminable lucha contra la depresión continuaba y continuaba, mientras me invadía la ansiedad por recoger cuanto antes el testigo que originaba aquel trasiego de ingresos y altas de pacientes. Quería salir de los muros de la clínica definitivamente y traspasar la puerta con el papel del visto bueno de “mi psiquiatra”, pero no llegaba y comenzaba a desesperarme por la tardanza de mi salida.

Esa prisión construida por mi cabeza seguía atenazándome, quizás, tal vez, con menos fuerza, pero aún no podía volar como Juan Salvador Gaviota, porque no me había liberado del pesado equipaje que me había obligado a aterrizar en este malecón.

Diariamente ocupaba parte del tiempo en la ardua tarea de realizar el cálculo de los días de ingreso en la clínica, observando con cierta impasibilidad como éstos se incrementaban.

Era jueves, faltaban dos días para cumplir un mes tras “aquellas horribles puertas”. A media mañana, estaba programada actividad con la psicóloga. Otra actividad más que podía convertirse en un cimiento más para mi recuperación o en un nuevo descenso a los infiernos de mi alma.

Entre las anotaciones de mi “libreta-diario”, se recogía lo siguiente: “… TEMA: ¿CÓMO ME VEN/ME VEO?, ¿CÓMO ME VALORO/ME VALORAN?, ¿ME GUSTAN/GUSTO?....”

Dispuestas en dos columnas, aparecían estos términos:

En la primera columna: ACTIVIDAD; FÍSICO; INTELECTO; PERSONALIDAD; SENSIBILIDAD/EMPATÍA; ÁNIMO/ILUSIÓN; HIGIENE/CUIDADO PERSONAL; ECONOMÍA/STATUS; SOCIAL; SALUD.

En la segunda columna: HIPOCRESÍA; AUTOESTIMA; AUTOVALORACIÓN; EGOCENTRISMO; PREJUICIOS; EXPECTATIVAS

“… De nuevo, otro folio en blanco en mis manos, otro tema que no me hacía gracia. Ni me gusto, ni me valoro y los demás me ven como alguien con suma fortaleza, mientras, por dentro, no soy más que restos de columnas derruidas. Mis únicos valores son mi fuerza de voluntad, mi capacidad de aprendizaje y mi silencio…

… He dado la callada por respuesta a mis amistades, les he evitado, les he repudiado por orgullo, al igual que lo hago con mi “otro lado de la cama”…

… Me he devaluado físicamente, abandonando el gimnasio o cualquier otra actividad física. He desperdiciado mi empatía con quienes no debía, perdiendo toda ilusión….

… Vivo entre mis propios prejuicios que marcan la rectitud de mi personalidad, sin más afán de cumplir las expectativas externas que siempre me han impuesto al margen de mis deseos…

… El egocentrismo ha consumido parte de mis pensamientos, con el único objetivo de alcanzar el reconocimiento y la satisfacción laboral que, a su vez, ha provocado la rojez de mi autoestima…

… No me he preocupado por mi salud por esa hipócrita idea de que yo no podía padecer una enfermedad mental teniendo una economía y status social como el que disfruto, pero autovalorarme no se resume en el color del papel moneda…

… Me veo como un ser independiente con un elevado grado de dependencia de los demás, como un ser enormemente susceptible, frágil a los comentarios de quienes me rodean, como un ser agotado, consumido por luchar incesantemente contra unos fantasmas inexistentes, como un ser invadido por oleadas inagotables de tristeza. Una tristeza acomodada en forma de mi propia piel, que no me abandona como el desodorante, y me provoca agresividad, rabia, impotencia, sufrimiento, dolor…

... Lo sabía. Sabía que esta actividad surtiría el efecto contrario al deseado por el especialista.
No, mi ego no se había situado en el top ten, porque así me lo estaba recordando la pequeña humedad que había en mi almohada, debida al sufrimiento de sentirme de nuevo, una vez más como un retal humano que no servía absolutamente para nada más. ¿Cuánto va a durar esta agonía vital?..."




…And in my tour of darkness, she is standing right in front of me, speaking words of wisdom. Let it be... And when the broken hearted people, living in the world agree, there will be an answer... Let it be... And when the night is cloudy... there is still a light that shines on me, shine on until tomorrow... Let it be... Whisper words of wisdom... Let i be... There will be an answer... Let it be...” (“Let it be” de The Beatles)


jueves, 22 de noviembre de 2007

Capítulo XV de mi internamiento: El diagnóstico inicial

“ … Seguía allí dentro, tras aquellas horribles puertas, pensando, medicándome, paseando, de actividad en actividad, luchando, sufriendo, etc…

… Cada charla con “mi psiquiatra” implicaba un auténtico huracán de furia y agresividad por cuanto más él se empeñaba en que me mirase al espejo. No, no quería hacerlo. Deseaba salir de esas cuatro paredes, salir a la calle, retomar mi vida y olvidarme del ingreso, de todo…

… Cuando mi mente se ponía de plantón era experta en el arte de la muleta, pero no me encontraba ante una vaquilla. Todo lo contrario. A cada capotazo, con más energía acometía “mi psiquiatra”…

Todo ello derivó en la matización que un día efectuó sobre mi diagnóstico inicial. En realidad, el correcto era Episodio depresivo grave (F32.2), pero debió suavizar el informe de cara a las posibles consecuencias laborales que ello pudiese traerme…

… En ese instante, recordé la primera vez que acudí a su consulta. Mi estado no tenía nada de leve en aquel entonces, dado el altísimo nivel de riesgo existente a que materializase alguna de mis ideas suicidas. Me negué a alejarme del trabajo, a ingresar, a cualquier acción que significase romper con mis vínculos de vida. Pensaba que morirme era la mejor de las opciones, la que menos sufrimiento me supondría, pues cuanto más quería enfrentarme a los muros que me oprimían, más “ostiazos” me daba…

… Su conceptualización médica tenía pinceladas aún más dramáticas y, como decía “mi psiquiatra”, mi semáforo estaba en rojo, no en ámbar, lo que significaba que todas las alarmas se disparasen…

… A pesar de ello, la negación moraba en mis pensamientos. ¿Yo? Tengo trabajo, familia, casa, pareja, dinero, y ahí me detuve. Me faltaba salud, no física, sino la que más olvidamos, la psicológica…

… No estaba en una clínica psiquiátrica para preparar un papel cinematográfico, ni para estudiar los efectos de un determinado medicamento en los pacientes. Había ingresado por la fractura de mis capacidades, por la pérdida de autocontrol, por las ideas suicidas…

… Después de tres semanas, veía el mundo bajo el mismo prisma, con oscuridad….

¿Qué significa ese diagnóstico en términos médicos?.

Durante un episodio depresivo grave, el enfermo suele presentar una considerable angustia o agitación, a menos que la inhibición sea una característica marcada. Es probable que la pérdida de estimación de sí mismo, los sentimientos de inutilidad o de culpa sean importantes, y el riesgo de suicidio es importante en los casos particularmente graves. Se presupone que los síntomas somáticos están presentes casi siempre durante un episodio depresivo grave.

Pautas para el diagnóstico:

Deben estar presentes los tres síntomas típicos del episodio depresivo leve y moderado, y además por lo menos cuatro de los demás síntomas, los cuales deben ser de intensidad grave. Sin embargo, si están presentes síntomas importantes como la agitación o la inhibición psicomotrices, el enfermo puede estar poco dispuesto o ser incapaz de describir muchos síntomas con detalle. En estos casos está justificada una evaluación global de la gravedad del episodio. El episodio depresivo debe durar normalmente al menos dos semanas, pero si los síntomas son particularmente graves y de inicio muy rápido puede estar justificado hacer el diagnóstico con una duración menor de dos semanas.

Durante un episodio depresivo grave no es probable que el enfermo sea capaz de continuar con su actividad laboral, social o doméstica más allá de un grado muy limitado.

Incluye:

Episodios depresivos aislados de depresión agitada.
Melancolía.
Depresión vital sin síntomas psicóticos

Lo que me estaba ocurriendo era algo muy, muy grave... y debía estar tras aquellas horribles puertas... por mi bienestar...

"… ‘Cause it’s a bittersweet symphony, this life... trying to make ends meet... You’re a slave to money then you die... I’ll take you down the only road I’ve ever been down... You know the one that takes you to the places where all the veins meet yeah ... no change, no change... I can’t change, I can’t change... but I’m here in my mind... I am here in my mind... But I’m a million different people from one day to the next... I canot change my mind... no, no, no, no..." (“Bittersweet symphony” de The Verve)

sábado, 17 de noviembre de 2007

Capítulo XIV de mi internamiento: HABILIDADES SOCIALES

Me he servido de una herramienta fundamental: mi “libreta-diario” para reparar este pequeño socavón en mi ánimo. La lectura de algunos pasajes de mi internamiento en la clínica psiquiátrica me ha descubierto cada poso educativo de las actividades allí realizadas.

En la curación de una enfermedad mental, además de los fármacos, es fundamental el aprendizaje de un nuevo estilo de vivir o, como yo lo llamo, una reprogramación de mis costumbres a fin de cambiar la dirección en la que iba. Por eso, cuando algo falla, hay que tirar del manual de uso y, entre las páginas de mi “libreta-diario”, se recogen los postulados básicos de esa enseñanza impartida por el complejo entramado de especialistas con los que tuve que “trabajar” durante mi ingreso.

Tras aquellas horribles puertas, la labor fundamental va en dos vertientes: lograr la recuperación de un paciente o alcanzar un nivel óptimo de vida del mismo, por lo que la vía elegida partía de los contenidos transmitidos en las actividades, las cuales no consistían en un sermón sobre lo divino y humano, sino que implicaban una asunción de nuevos conceptos a través de imaginativas sesiones donde se daba rienda suelta, en muchas ocasiones, a la capacidad creativa de cada uno. No obstante, a veces debía enfrentarme a una hoja repleta de cuestiones de lo más diversas, pero siempre enfocadas hacia el crecimiento personal, la autoestima, etc., aunque no se consiguiese siempre la finalidad última.

Una de estas actividades versaba sobre las HABILIDADES SOCIALES. Así que, durante este reciente descenso a los infiernos, me detuve en las anotaciones que realicé con ocasión de una concreta sesión de esta actividad. Aquel día se plantearon una serie de preguntas relativas a las habilidades sociales, las cuales, para no perder la costumbre, me presté rápidamente a recoger en mi “libreta-diario”. Ese día debía responder a lo siguiente:

1.- ¿Cómo te sientes al llegar a un grupo?

2.- ¿Cuál es tu mejor capacidad profesional?

3.- ¿Cómo quieres que te vean los demás?

4.- ¿Cómo estás en este momento? o en este momento, sería…

5.- ¿Qué consideras un buen jefe?

6.- En el peor de los casos, cuando salgo lo hago con…

Seguro que alguna más se quedó en el tintero, pero todas iban en la misma línea. Tampoco tengo las respuestas que di, pues ni siquiera me molestaba nunca en transcribirlas, además de que el cuestionario siempre se lo quedaba el especialista.

De todas formas, volviendo a recurrir a mi “libreta-diario”, he tenido a mi disposición el efecto devastador que provocó en mi mente el contenido de aquel folio:

… A pesar de los pensamientos irracionales que me provoca la depresión, sólo soy capaz de hilvanar una idea sólida y congruente: lo odiosas que me resultan las relaciones sociales y las dificultades que siempre me suponen éstas, sintiéndome un ser totalmente frágil ante los demás…”

“… La soledad ha marcado todos los ámbitos de mi vida, convirtiéndome en una marioneta a su interés…”

… Nunca me he caracterizado por ser una persona extrovertida, ni graciosa, ni tampoco fui popular, ni siquiera mi belleza era destacable. Siempre recordaré mi primera espina en las relaciones humanas encarnada en la crueldad infantil de aquellos compañeros de parvulario que me observaban como un extraterrestre y se mofaban porque a mis casi cuatro añitos era capaz de leer el periódico…”

… Apenas guardo imágenes de aquella época, no logró trazar ningún boceto más de esos años, quizás, tal vez, porque ahí ya empezaba a experimentar esa sensación del olvido humano que, con el transcurso del tiempo, se fue acrecentando de tal manera que se convirtió en familiar…”

… ¿De verdad tengo habilidades sociales?... ¿soy capaz de interaccionar con los demás?... ¿o simplemente mi condena es vivir de espaldas al mundo?...”

“… Ahora me pregunto en cuáles serían las respuestas que darían mi familia, mis amigos, el resto del mundo ante esas interpelaciones…

Ignoro el opaco efecto que ese listado guarda para mí ....

“… Acompáñame al misterio de no hacernos compañía… acompáñame a estar solo… acompáñame al silencio de charlar sin las palabras… a saber que estás ahí y yo a tu lado… acompáñame a lo absurdo de abrazarnos sin contacto… tú en tu sitio, yo en el mío… como un ángel de la guarda… acompáñame a estar solo… para calibrar mis miedos… para envenenar poco a poco mis recuerdos… para quererme un poquito… para desintoxicarme del pasado… Acompáñame a estar solo…”(“Acompáñame a estar solo” de Ricardo Arjona)