MÁS QUE UNA ENFERMEDAD

A primera vista no me ocurre nada. No tengo dolores, ni fiebre. Sólo me sucede que vivo minutos eternos de lamento, segundos imborrables de lágrimas, horas llenas de rabia. Preguntas sin respuesta. Deseos de huir, noches sin dormir, ganas de rendirme, sensación de suciedad, desesperación, esclavitudes mentales.

Es duro aceptar la realidad, ver que las cosas no son como espero, que todo mi mundo se derrumba en un instante y, en ese instante, me siento tan frío como una piedra. No es sencillo vivir así, vivir con lágrimas en los ojos, con miedos constantes, con gritos ahogados, con angustia. Eso no es vivir, pero siempre hallo consuelo pensando que la vida continúa, que puedo tener fe en mí y ser capaz de derretir ese bloque de hielo, aunque luego ni me queden fuerzas para intentarlo.

Todos hemos llorado, todos hemos sentido miedo, hemos reído de felicidad, nos hemos enamorado, hemos perdido ilusiones y hemos ganado batallas. También hemos experimentado el dolor por estar solo.

Supongo que estas primeras palabras lo resumen todo. ¿Quién no se ha sentido alguna vez así?, ¿quién no ha pasado por ello? Yo he atravesado por todas esas sensaciones en demasiada profundidad y creo que aún sigo atravesando.

Más allá de estas tristezas y penas, hay estados de ánimo que se prolongan y profundizan el descenso del tono del humor, ponen en riesgo la salud y hasta la vida de quien los padece.

Son miles los detalles que me han conducido a esta situación. Granito a granito se fue construyendo una montaña que, al final, pudo conmigo. A esa montaña le puso nombre y apellidos un especialista médico: depresión.

Incontables han sido las veces que he dicho: “Prefería cualquier otra enfermedad antes que ésta”.

Muchos son los especialistas médicos que señalan que esa frase permite valorar la magnitud del tormento de la persona deprimida.

La depresión afecta a personas de todos los colores, razas, posición económica y edad. No hay duda alguna, soy parte de esas personas, aunque parezca vivir en circunstancias relativamente ideales.

Esta es mi historia y quizás existan muchas iguales, pero sólo los que la vivimos, sabemos cómo se escribe, por mucho que consultes libros o páginas web.

La mía aquí te la escribiré.


miércoles, 19 de diciembre de 2007

Capítulo XVII de mi “libreta-diario”: El plomo de mi depresión

Por desgracia, entre las cuadrículas de esas hojas garabateadas de fechas, pensamientos, actividades, se recogen también las amargas “CRISIS” que me acompañan en mi depresión, a pesar del ingreso en este centro psiquiátrico, del tratamiento farmacológico, de las terapias psicológicas, del apoyo familiar.

Sí, es verdad. A pesar de lo imprescindibles que son esas barreras de contención para combatir no sólo mi embravecido océano existencial sino cualquier otro, su corriente me ha arrastrado hacia el fondo en más de una ocasión con toda la agonía, la impotencia, la desazón de mi quebrada alma.

Sí, no he dejado de protagonizar “CRISIS” de autodestroducción.

Sí, en mitad de esos remolinos, me he rendido, olvidándome de cualquier idea de alcanzar la superficie para coger suficiente aire con que continuar luchando.

Sí, esas enfurecidas olas de mi depresión, me han llevado a desear dejar de respirar por momentos, en los que la mano de “mi ángel” me ha rescatado a tiempo.

En mi “libreta-diario”, las palabras angustia, ansiedad, tristeza, dolor, rabia, agresividad se repiten una tras otra, ocupando sus respectivas sillas en las ideas de poner fin a tanto sufrimiento interno.

Aunque alrededor pongan mil y un “flotadores”, no ofrecen la seguridad de que no me voy a hundir.

Hundirse una y otra vez es desalentador, totalmente agotador, y aún deseando que llegue al fondo por “el plomo de mi depresión”, siempre se divisa una barca de esperanza de que existe un mañana y la vida da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero con el temor de equivocarse y hoy ser lo todo lo que me queda.



… Y pido, con toda sinceridad, el consuelo de todos aquellos que hemos sufrido los embates de la vida… Y levanto esta copa con dolor para solamente decirte… gracias… porque tú eres el único que no me falla… porque tú eres el único que, teniéndolo todo, preferiste ser nadie… Enséñame a aprender de ti… Y, por favor, buen Rey haz memoria… de los muchos niños que nunca tendrán una Feliz Navidad… Y ten misericordia de todos nosotros… que el mejor regalo que hemos tenido, lo has sido Tú…” (“El tamborilero” de Don Omar)



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